martes, 17 de mayo de 2011

El amor loco (On the road)

El paisaje ya sólo era una amalgama irreconocible y trepidante que silbaba  en nuestros oídos. Sonreí, ebrio y satisfecho. Aquello era lo único que contaba: Los kilómetros que dejabas atrás y los que te separaban de tu destino. En medio no había nada más que aquel Cadillac atronador, atravesando temerario los límites del control. Dean estaba más pletórico que de costumbre. Aquellos polvos cristalinos del viejo Lee habían surtido efecto, convirtiendo a mi exaltado amigo en una marioneta manipulada por el viento: Flotando mágicamente a dos palmos del asiento, con los brazos enarbolados al aire en salvajes aspavientos y girando la cabeza en ángulos imposibles, fijando los ojos en algún punto indeterminado dentro del coche y riendo febrilmente. En el asiento trasero, el joven marino repleto de tatuajes manoseaba a aquella mujer de facciones grotescas que gritaba extasiada al cielo eterno, como en un canto de veneración a algún dios pagano. No los conocíamos de nada. Pero eran como nosotros, hermanos peregrinos en la ruta hacia las estrellas. Siempre está ahí, ardiendo en sus ojos: El ansia por reír, beber y sentir; el frenesí por ir siempre más allá, más rápido, más lejos, más fuerte; El amor loco e infinito por la vida.
-¡Vamos allá Sal! ¡Comparte este elixir conmigo! ¡Vamos a bordo de esta máquina del tiempo, directos al final de la Historia!
Hacia el final de la Historia, ardiendo como un meteoro. Me entró vértigo y me mareé. Miré el rostro de Dean y del marino y de la mujer extasiada. Estaban acartonados y sin vida. Frente a nosotros, la árida llanura nos engullía irremisiblemente. Sólo arena y polvo. Allá íbamos, imbuidos de aquel amor loco, en aquella extraña máquina del tiempo, directos hacia el final de la Historia.

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