lunes, 5 de diciembre de 2011

CUANDO LA CIUDAD DUERME

  -->Ya caída la noche, las calles de la ciudad están vacías. Los escaparates de los comercios muestran sus rutilantes productos, que sumergidos en una oscuridad inerte parecen la sombra de una promesa de felicidad inalcanzable.
Solitarios dispositivos de limpieza riegan con indiferencia el asfalto, cuya superficie mojada refleja la luz dorada de los faroles, bañando las calles de oro. Poseído por un febril delirio, un pintor borracho maldice al cielo por burlarse de su mediocridad.

Silencio. La ciudad duerme.

Bajo tierra, el metro atraviesa los oscuros túneles que alimentan la mente de ese gran Leviatán dormido: El infinito subconsciente de la ciudad.
Transeúntes, noctámbulos y corazones perdidos son zarandeados al unísono, siguiendo el monótono repiqueteo que genera el avance frenético de los vagones.
Miradas vacías, agrietadas por el exceso de tiempo y la escasez de pasiones.

La ciudad se remueve, intranquila.

Mientras el metro sigue su viaje, un hombre, asiendo con fuerza una botella como fiel compañera, alza la vista del suelo y rompe a reír repentinamente. Ríe de un chiste ya olvidado y sin ninguna gracia, pero llora irremediablemente hasta que le duele la mandíbula.
Una chica pelirroja duerme sobre el regazo de un viejo amigo. Él no puede dejar de mirar sus labios, que inconscientemente murmuran el nombre de un amor secreto.
Y en una esquina del vagón, encogido y tembloroso, un viejo vagabundo intenta conciliar el sueño antes de que la noche acabe. En su cabeza tararea una canción que inventó hace tiempo, siendo sólo un niño. Y es la canción más bonita del mundo.

Silencio. La ciudad sueña.

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