sábado, 29 de septiembre de 2012

MÁTALOS SUAVEMENTE, de Andrew Dominik

LA OTRA AMÉRICA


Si las películas son textos que, como si se tratasen de síntomas, son consecuencia de la “salubridad” de una sociedad y nos ayudan a comprenderla, el film noir norteamericano fue una respuesta cultural a un malestar social. Paralelamente al desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en el Viejo Continente, que no dejaba de ser una abstracción (no desprovista de amenaza) para el ciudadano medio, la cultura del bienestar norteamericana también se veía amenazada por elementos endémicos: la violencia suburbial y la emergencia de una “sociedad criminal”, ajena a estatutos morales establecidos. Un colectivo diferente, impredecible y (consecuencia de las anteriores) temible. Estaban asistiendo a la emergencia de “La otra América”.

Mátalos suavemente se desarrolla en plena contienda electoral entre el presidente George W. Bush y el candidato demócrata Barack Obama. Constantemente, a través de radios, televisores o pancartas electorales, los discursos de ambos representantes se infiltran en el relato, sirviendo de mantra sonoro a una historia definida por los no-places norteamericanos: vertederos, barrios deprimidos, cantinas polvorientas, etc. Es la periferia de cualquier ciudad americana. Aquí, la Polis, la capital generadora y beneficiaria de programas y medidas políticas sólo existe como quimera, como ilusión holográfica tan vacua e inconsistente como el discurso que enarbola. En Mátalos suavemente, ésa es “La otra América”.

Ya ha sido trazado, y no gratuitamente, un nexo de unión entre Mátalos suavemente y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, la anterior película del neozelandés Andrew Dominik. Para empezar, ambos son reformulaciones posmodernas de géneros tan eminentemente norteamericanos como el film noir y el western, tradiciones fílmicas que han ilustrado (sintomáticamente) la historia de su país como una arquitectura sustentada en su fascinación por la violencia. Fueron hombres como Jesse James los que construyeron EE.UU, un territorio convulso e ignoto. Dominik, como extranjero y espectador, es consciente y retrata a James como un alma desgarrada, oscilante entre un homicida paranoico y un visionario atormentado.  Último outsider que, tras ser asesinado, la fotografía de su cadáver se convirtió en una de las postales más vendidas en todos los EE.UU.

Si El asesinato de Jesse... es un western elegiático y funestamente melancólico, Mátalos suavemente es un neo-noir áspero y nihilista, poblado de personajes amorales cuya única motivación reside en el dinero: Desde Cogan, el expeditivo hitman interpretado con estoicismo por Brad Pitt, pasando por la pareja de yonkis que atraca a la gente equivocada, hasta el “cerebro” del chapucero golpe (Vincent Curatola) muestran una moral utilitarista y se relacionan sólo con fines comerciales o ilegítimos. Resulta revelador el personaje de Mickey (James Gandolfini), el único de toda la película que saca a relucir problemas personales (ahogándolos en litros de alcohol) y que es inmediatamente dejado de lado por el impertérrito Cogan.

Antes hemos dicho que en Mátalos suavemente, la Polis americana sólo se entreveía a través de las campañas electorales de los candidatos a la presidencia. Esto no es del todo cierto. Hay otro personaje (del que nunca escuchamos el nombre) que representa indirectamente esa “Otra América” de la que hablábamos anteriormente: es el personaje que interpreta Richard Jenkins, mediador entre Cogan y los verdaderos dirigentes del negocio. Una cúpula directiva que nunca vemos y que, sospechamos, se reúne en alguna espaciosa sala rodeada de ventanas e inmersa en los entresijos de alguna empresa millonaria. Cómo sentencia el personaje interpretado por Pitt “América no es país, es un jodido negocio”, y ésta es la evolución natural de aquella América, ignota y convulsa: una nación forjada por profetas del Smith & Wesson que al morir se convierten en imágenes-reclamo para turistas. Un símbolo exánime que, como cualquier otra cosa, está a la venta.

viernes, 21 de septiembre de 2012

¡PIRATAS!, de Peter Lord y Jeff Newitt

LA DIFÍCIL TAREA DE ENCONTRAR EL EQUILIBRIO

Probablemente sea el estudio británico Aardman Animation el que ostente un nada desdeñable segundo puesto (a la zaga de Pixar, la otra gallina de los huevos de oro que fundara el malogrado gurú del high-tech, Steve Jobs) en lo referente a la confección de divertimentos “familiares” que, realmente, puedan divertir a toda la familia. Y es que, tanto los creadores del tándem formado por Wallace & Gromit como el estudio responsable de Toy Story, consiguieron revitalizar un género que ya comenzaba a anquilosarse (tras la descafeinada Pocahontas, el estreno anual de la nueva película de animación de Disney pasó de anhelado evento a mera sucesión de decepciones), así como asentar la reconfortante idea (por otra parte, ya más que asimilada por el mercado oriental) de que el cine de animación “para todos los públicos” no estaba reñido con el cine de calidad.

En estas películas suelen identificarse, cuando menos, dos elementos que trabajan juntos para conseguir este ansiado equilibrio: una comicidad que renueva los cánones humorísticos tradicionales (desde el slapstick hasta la comedia de enredo) y la capital importancia de la historia en su sentido más clásico, como preciso engranaje de efectos dramáticos que muevan al espectador a empatizar con los personajes y emocionarse. En el primer aspecto, ¡Piratas! no sólo hace alarde de un dominio impecable (véase la presentación de los contendientes al galardón de “Pirata del año” y su rocambolesco “más difícil todavía”), sino que opta por transgredir las convenciones del entretenimiento familiar, aproximándose a una cierta comedia del absurdo (en ocasiones deudora del imaginario Monty Python) y recurriendo a personajes tan difícilmente parodiables, dentro de los límites del buen gusto, como la Reina Victoria, Charles Darwin, Jane Austen o John Merrick, más comúnmente conocido como “El hombre elefante” (víctima, todo sea dicho, de uno de los mejores gags de toda la película).

Sin embargo, es en aquel segundo aspecto, es decir, en la cualidad estrictamente dramática de la historia, donde ¡Piratas! se muestra más endeble. Una vez se nos ha presentado la cuadrilla protagonista, formada por el Pirata Capitán, el Pirata con gota, el Pirata albino o el Pirata “sorprendentemente curvilíneo”, resulta irremediable sentir simpatía por tal pintoresca pandilla de rufianes. Pero, a lo largo del film, los innominados corsarios se descubren como personajes planos, sin aristas y presos de su condición estereotipada. Esto puede comprenderse en personajes secundarios con la única función de servir como herramienta humorística, pero cuando todos los personajes, además de sus relaciones, adolecen de esta unidimensionalidad (nótese la insípida relación entre el Pirata Capitán y su segundo, el Pirata con bufanda) se acaba componiendo un relato hilarante, pero también de una enojosa superficialidad. Y subrayo el término enojosa, porque servidor hubiese deseado que esta película, tan recomendable en algunos aspectos, hubiese encontrado el equilibrio que requería esta pieza. Pero soy consciente que esto no es más que una ínfima mácula en el currículum de un estudio que aún tiene mucho que ofrecernos.

jueves, 13 de septiembre de 2012

UN SUEÑO

           Estaba tan oscuro que me costaba ver mis propias manos. Las puse delante de mi cara y empecé a girarlas y agitarlas con fuerza. Sabía que estaban allí y que eran mis manos, pero entonces solo eran algo borroso, como las manos de un fantasma… no, como las alas de una langosta, que las ves, pero no las ves. Estaba oscuro y hacia frío y yo estaba un poco asustado, pero todo el rato me convencía que no tenía porque tener miedo, pues mi padre estaba a mi lado y él no me llevaría a ningún sitio donde pudiera pasarme algo malo. Entonces mi padre se acercó y me susurró al oído: - …Mira hijo. Ya viene…- Y el cielo se llenó de luz de plata.

El tren era muy extraño, pero era el mejor tren que pudieras imaginarte. Era larguísimo, pero no se veía que tuviera vagones, solo ventanas y ventanas y más ventanas. Y brillaba mucho. Brillaba como si estuviera todo hecho de luz. Me pregunté quien tendría la suerte de conducir ese tren.

Por dentro, el tren se parecía mas a los demás trenes y parecía que fuera más viejo. Pero los asientos eran muy cómodos y absolutamente todo, el suelo, las paredes y las puertas (por que era raro ya que, aún sin haber vagones, sí había puertas) estaba cubierto de una moqueta que, mucho tiempo atrás, había presentado un aspecto radiante y colorido. Había pasajeros, pero no pude verle los ojos a ninguno. A decir verdad, tampoco me di cuenta de si tenían o no ojos. Entonces mi padre me dijo que esperara, que tenía que hablar un momento con el revisor. Y se fue.

El tren se puso en marcha y mi padre aún no había vuelto. Quise ser valiente y aguantar, pero miré hacia todos lados y no conseguí verle en ninguna parte. Fue entonces cuando vi la silueta enorme y rechoncha del revisor al final del pasillo. Me acerqué a él y llamé su atención. El cuerpo del revisor era tan grande, que a duras penas cabía por los pasillos del tren, así que en cuanto le llamé, con gran dificultad se dio media vuelta para dirigirse hacia mí. Pese que a su presencia me horrorizaba (tenia la cara hinchada y sin forma, como la masa antes de hornearse y convertirse en pan) le pregunté por mi padre, pero claramente estaba muy poco interesado en darme esa información y sí muy interesado en ver mi billete, así que me escurrí por debajo de sus piernas y fui a buscar a mi padre por el resto del tren.

Miraba por todas partes pero el pasillo no cesaba de continuar y continuar. Me asusté. Me asusté mucho y no pude evitar caer sobre mis rodillas y llorar como si no fuera más que un niño. Entonces escuché algo. Me dirigí corriendo a la ventana y allí lo vi. Era mi padre y estaba fuera. Sabía que era mi padre aunque no se parecía a él. Tenía unas piernas larguísimas que le elevaban por encima del tren y un gran gorro de chistera, como el que tienen los magos para esconder sus conejos. En ese momento no estaba triste, porque sabía que había encontrado algo. Y mi padre, como respondiendo a mis pensamientos, empezó a escribir, con humo, algo en el aire. Una palabra. Una palabra que, viéndola ahora, sé que es lo que he estado buscando toda mi vida.