miércoles, 26 de octubre de 2011

REMANENTES DE LA AUTOPSIA SUPERHERÓICA.

Con motivo de la publicación de El regreso del caballero oscuro y la revolución que significó la revisión que del justiciero de Gotham realizara Frank Miller (convirtiéndolo en un sociópata de  métodos expeditivos y moral nietszchiana), el autor de 300 no tardó en quitarse el mérito y señalar al verdadero responsable de aquellos nuevos (y convulsos) tiempos que vivía el comic-book superheróico: "El género de superhéroes ha muerto. Alan Moore lo asesinó con Watchmen. Yo sólo me he limitado a hacerle la autopsia." 

Con su célebre obra, el barbudo de Northampton nos mostró las fatídicas consecuencias que podrían derivarse si un grupo de individuos se arrogasen con la autoridad moral y (lo más preocupante) la sociedad se lo permitiese. Así, la misma naturaleza suprahumana del superhéroe puede resultar en posturas tan radicales y peligrosas como la moral categórica de Rorscharch, el abominable utilitarismo de Ozimandys o la imperturbable indiferencia del Dr. Manhattan ante los (insignificantes) asuntos humanos.

El mundo estaba cambiando y los héroes se vieron condenados a adaptarse o morir. Y eso fue lo que Frank Miller hizo con el Caballero Oscuro, transfromándolo en un "vigilante" que se ve obligado a remodelar su código moral para adaptarse a un mundo en el que los villanos ya no son simples rateros o payasos homicidas de sonrisa perenne, sino los medios de comunicación, los líderes poíticos y la apatía de una sociedad agonizante. Bien parecía que, entre las páginas de los cómics, ya no había cabida para aquellos héroes de la edad de oro, apolíneos y de moral intachable. Y era cierto, el ideal del superhéroe había sido asesinado con brutalidad y diseccionado impúdicamente. Pero toda época necesita sus héroes. Así que se recogieron los pedazos y se reconstruyó lo que se pudo. Seres excéntricos, más parecidos a Freaks de circo ambulante que a héroes de antifaz y capa. Probablemente, los héroes que merecemos.


 THE AUTHORITY

Creados por Warren Ellis y con Bryan Hitch encargado del dibujo, The authority representan la hipérbole posmoderna de la moral categórica de Rorscharch y el utilitarismo de Ozimandys. Este grupo de seres superpoderosos se encuentra más próximo al panteón deífico que al "amigable vecino" que  se autoproclamaba el trepa-muros de Marvel. Su nombre no es gratuito: The authority  no son protectores ni héroes.  Ellos son la única y verdadera autoridad moral, los que deciden quienes son los buenos y quienes los malos y si protegen a la humanidad no es porque ésta les inspire esperanza o por  que aspiren a salvaguardar el preciosímo valor de la vida, sino porque saben que somos débiles y un tanto inútiles y que sin ellos no duraríamos ni un segundo. Por ello destaca la extrema ultra-violencia de la que hace gala el supergrupo, que se mofarían hasta el extenuación de los códigos morales del hombre de Krypton o el enmascarado de Gotham. The authority masacra, mutila y despedaza y lo hace sin la mínima vacilación, porque el mal DEBE ser erradicado y el fin  siempre justifica los medios. Axioma moral que se sintetiza en una concisa e irrefutable sentencia que proclama la líder del grupo antes de enfrentarse a una nueva amenaza: "Somos The Authority. Y hemos venido a zurraros."
Los integrantes del grupo son: Jenny Sparks "el espíritu del siglo XX", Jack Hawksmoor "el Dios de las ciudades", Apolo "Dios del sol", Midnighter "el portador nocturno de la guerra" (estos dos últimos pareja sentimental), El Doctor "Chamán de esta era" además de yonqui, Angela Spica alias "Engineer" y Swift "La cazadora alada".


THE MAXX

Es muy posible que algunos lectores recuerden una serie de animación homónima, estrenada en la MTV hará unos 15 años y con este entrañable mastodonte de color morado como protagonista. La serie era una adaptación literal (se recurrió a una técnica de animación para dar movimiento a cada una de las viñetas) del comic de Sam Kieth, que se encargó tanto del guión como del dibujo. 
Con cierto aire a cómic underground, Kieth nos presenta el que probablemente sea el superhéroe más antiheróico hasta la fecha. Olvídense de Bat-cuevas, Fortalezas inexpugnables en la Antártida o Bases-satélites en la atmósfera terrestre. The Maxx vive en un callejón húmedo y oscuro, dentro de una desvencijada caja de cartón. Cuando intenta socorrer a un ciudadano en peligro, la policía le confunde con el asaltante y lo encierran en comisaría. Y por si fuera poco sufre de terribles jaquecas, siempre acompañadas de episodios alucinógenos en los que The Maxx vive en una salvaje Pangea y es un guerrero protector de la Princesa Leopardo. Con un estilo rabiosamente expresivo y caótico, Kieth nos sumerge en la esquizoide mente de The Maxx, recurriendo al juego entre realidades paralelas que se confunden, el cenagoso subconsciente de un héroe aterrado por lo que pueda haber debajo de su máscara y sobre todo mucho humor (bizarro, pero humor al fin y al cabo). 


DOOM PATROL


Y al fin llegamos a mi último descubrimiento, la joya de la corona del género postsuperheróico: Doom Patrol (En en esta entrada me limitaré a hablar de la etapa en la que Grant Morrison se hizo cargo de los guiones de la serie).
Doom Patrol son La patrulla Condenada, los Misfits del universo DC. Con poderes sobrehumanos que no pidieron y que (la mayoría) serían mucho más felices sin ellos. Pero sin embargo son el grupo definitivo a la hora de enfrentarse a amenazas demasiado excéntricas para los superhéroes corrientes: La lisérgica Hermandad del Dada, capitaneada por el misterioso MR. Nobody; la infiltración en nuestra dimensión de Orqwith, un mundo ficticio habitado por Los Hombre Tijera, creado por una comunidad de intelectuales por pura diversión (a muchos esta premisa les recordará a cierto relato de Borges); O una malévola secta que quiere invocar a una criatura apocalíptica y que nuestros héroes tendrán que evitar recurriendo a un edificio de cualidades mágicas... La Sagrada Familia de Antoni Gaudí. 
Doom Patrol es una serie emocionante, divertida, surrealista hasta el extremo y tremendamente estimulante. Mezclar referentes como Burroughs, Thomas de Quincey, Borges, surrealismo, dadaismo, Albert Hoffman (y mil más)... que todo tenga sentido y encima rías a rabiar: Esta colección no tiene precio.
Los principales integrantes de Doom Patrol son: 

-Niles Caulder: El cerebro del grupo. Postrado en una silla de ruedas es una de las mentes más privilegiadas del planeta.

-Cliff Steele: Un conductor de coches de carreraa que, al sufrir un accidente mortal, se recupera su cerebro y se inserta en un cuerpo metálico de gran fuerza y resistencia. El bonachón del grupo. El que dice cosas como "Podrías decirlo en cristiano" o "¿Por qué estas cosas ya no me sorprenden lo más mínimo".

-Crazy Jane: Una joven traumatizada por los abusos de su padre que, para protegerse, ha creado hasta 70 personalidades distintas, cada una con un poder específico.

-Rebis: Un ser compuesto por la unión de un hombre, una mujer y un extraño "ente negativo". Es inmortal y, aunque guarda recuerdos de los individuos de los que está compuesto, encuentra difícil interesarse por los aspectos humanos.

-Dorothy Spinner: Una adolescente con cara de simio que es capaz de materializar (aunque casi siempre involuntariamente) grotescos monstruos que habitan en su subconsciente.

Hasta aquí mi apreciación del género de superhéroes en un mundo en que los superhéroes no tienen cabida. Estaré ancantado de que me informéis de otros grupos que merecen estar en esta lista.










lunes, 24 de octubre de 2011

"EL TRABAJO": Primer premio en el V Concurso de Relato corto del Ayuntamiento de Castellón.

EL TRABAJO
En la quietud de su destartalado despacho, Sam mataba el tiempo leyendo una novela barata de detectives. A pesar de su dudosa calidad literaria (pues Sam se consideraba “inteligente y de psicología compleja, aún siendo un hombre de acción”) le gustaban estos folletines que, sorprendentemente, reflejaban con bastante fidelidad las vicisitudes en la vida de un detective privado. Una vida como la suya. Aunque a decir verdad, en esos momentos su vida tenía poco que ver con las intensas aventuras que leía en aquel libro. Lo único que interrumpía el monótono silencio de aquel despacho era el sonido que desprendían las quebradizas páginas del libro cada vez que eran manipuladas. Sam había tenido una secretaria, la siempre diligente D. Jane, pero tuvo que despedirla por la falta de trabajo. Y aquello, según su opinión, si que había sido una gran pérdida: no es que su pequeña agencia generara un trabajo de oficina inconmensurable, pero Sam no había probado en toda su vida un espresso que supiera mejor que los que preparaba la buena de D. Jane. Llevaba bastante tiempo con mala racha. Tuvo que abandonar su apartamento e instalarse en el despacho para eliminar gastos, pero pronto ni siquiera tendría dinero para pagar las facturas. Ya no recordaba cuando había tenido su último trabajo. La ciudad entera dormía en una noche tranquila y sin pesadillas, y eso significaba que no había trabajo para un detective privado. Estos aciagos pensamientos distraían a Sam de la lectura, así que cerró el libro y se acomodó en el sillón para intentar dormir un poco. No es que tuviera esperanzas de conciliar el sueño: un detective es esencialmente un animal nocturno, y ahora que no tenía trabajo Sam invertía las noches en ordenar sus pensamientos. Y  fue entonces cuando un ruido inesperado interrumpió sus cavilaciones. Un ruido que, debido a la falta de costumbre, le costó reconocer. Un poco aturdido, Sam descolgó el teléfono.

            Lo único que no entendía de los folletines de historias detectivescas era la afición que tenían sus protagonistas por el café americano. En ocasiones le parecía uno de tantos detalles que creaban una imagen prejuiciosa de los miembros de su profesión. Como si cualquiera, por el simple hecho de ser detective, fuera malhablado, llevara barba de dos días y le gustase el café americano. Sam, pese a no poder permitirse alquilar un apartamento, iba pulcramente afeitado y tenía un paladar extremadamente refinado para el café. Pero en todas las cafeterías que había frecuentado servían ese mismo brebaje aguado e insípido que tanto aborrecía. Así que un día, sencillamente dejó de buscar y se quedó con el Denise´s, una pequeña y acogedora cafetería del centro. Había sido una buena elección, según Sam. Aunque el café no era gran cosa, el ambiente era agradable y el desayuno económico. Y Denise también le gustaba.
            -¿Más café, Sam?
Sam levantó la vista y se encontró con el dulce rostro de la dueña del establecimiento. Una dulzura que enterraba el dolor de días pasados y difíciles.
            -¿Tienes algo que no haya salido del cubo de fregar?
Denise sonrió ante la socarronería.
            -Tu querida D. Jane no volverá, cielo. Yo de ti iría acostumbrándome.
Sam esbozó una ligera sonrisa únicamente por cordialidad y aprecio hacia Denise. El asunto D. Jane era algo muy serio para él. Una auténtica tragedia. Denise notó como Sam se encogía en su butaca y buscó otro tema de conversación.
            -¿Cómo va todo? ¿Algo nuevo en el trabajo?
El trabajo. No había pensado en otra cosa desde que se había levantado. Aquella llamada en mitad de la noche, una voz extremadamente tímida al otro lado del aparato, un cliente que prefería permanecer en el anonimato. En su mente resonaba aquella voz fría e impersonal, como si proviniese de una máquina.
            -El dinero no será un problema, se lo puedo garantizar. Sólo quiero que entienda a la perfección cual es el trabajo que le encomiendo. Su cometido…
            -Lo entiendo, quiere que siga a este sujeto, el señor…- Sam buscó entre sus notas.- …el señor D. Hammer…
La voz se apresuró en matizar.
            -Su objetivo es seguir al señor Hammer durante todo el día, observando detenidamente su comportamiento para, posteriormente, poder informarme con la máxima exhaustividad.
Su contacto en la comisaría no había encontrado nada acerca del tal D. Hammer. Un ciudadano cualquiera al que ni siquiera le habían puesto una multa de tráfico. Aparte de la dirección y el nombre, no disponía de nada con lo que formarse una idea seminal del caso. Tenía que trabajar duro y desde cero.
            -Sam…
Sam levantó de nuevo la vista. Denise la miraba con sus incisivos ojos oscuros.
            -Ejem… Tengo trabajo Denise. Ya llevo mucho rato aquí, será mejor que empiece…
Maquinalmente, Sam se llevó la mano al bolsillo de su gabardina y sacó su maltrecha cartera. Denise le observaba con una mezcla de resignación y ternura, como la madre que observa como su hijo pequeño juega con sus joyas favoritas. Sam abrió la cartera e inmediatamente alzó la vista, un poco avergonzado. Ella le respondió con una sonrisa.
            -Bueno, será mejor que cumplas con ese trabajo, así podrás pagar la cuenta acumulada.
Sam miró con gratitud a aquella mujer que, sobre sus firmes hombros de amazona, aguantaba todo el peso de mundo con una enorme sonrisa.
            -Denise… La verdad es que sin ti estaría perdido.
Sam se puso la gabardina y se dirigió hacia la puerta de salida. Denise, observando como se alejaba aquel hombre que, por sus gestos furtivos, parecía poco menos que una sombra, le dedicó la consigna que usaba para despedirse y que a Sam tanto le gustaba:
            -¡Tenga cuidado ahí fuera, detective!
Él dio media vuelta y miró a Denise con cariño. Levantó una ceja como rúbrica final y se marchó del establecimiento, dando por comenzada la jornada de trabajo.

            El señor D. Hammer era un hombre de avanzada edad y apariencia frágil. No había en él, según el criterio de Sam, absolutamente nada que resultara intrigante, sospechoso o meramente destacable. Un hombre ordinario de apariencia corriente. Pero el trabajo encargado no requiría valoración subjetiva por parte del detective. Así pues,  Sam estuvo siguiendo al señor Hammer durante todo el día y escribió cada una de las actividades que realizaba para remitir el informe requerido. Parte de dicho informe sería el siguiente:
 8.13 A.M.- El sujeto abandona su domicilio.
 8.17- El sujeto entra en una cafetería, se dirige  a la camarera únicamente para pedir su desayuno (un café largo y dos tostadas con aceite, sin sal). Agarra un periódico de la barra y lo lee.
 8.45- El sujeto paga su cuenta en metálico y abandona la cafetería. Justo al salir se cruza con una mujer regordeta que pasea un perro (un fox-terrier) y entablan una conversación (La mujer es Angela L. una vecina del sujeto.)
…Y así continuaba durante todo el día. Una visita a una vieja librería, un paseo por el parque, una compra de última hora, etc. Una sucesión de acontecimientos cotidianos hasta que finalmente volvía  a su casa a las 21.10. En opinión de Sam, aquello no era más que un día cualquiera en la vida de una persona cualquiera. Pero Sam se abstuvo de comunicarle su apreciación al cliente que, dese el otro extremo del aparato, atendía al informe que Sam enumeraba en completo silencio.
-…Y a las 21.10 el sujeto vuelve a su domicilio. Tiene las luces encendidas hasta las 23.45, momento en que las apaga.
Durante unos segundos, Sam permaneció en silencio mientras el teléfono le respondía con un tono estático que le incomodaba. Al momento, aquella voz mecánica emergió de nuevo, hablando laboriosamente, como si tomase su tiempo en escoger las palabras correctas.
            -Excelente… Ha realizado usted un trabajo formidable. Continúe con la investigación tal cual la ha llevado a cabo hasta ahora. Su información está resultando muy útil. Recuerde siempre cual es su objetivo…
Tras estas palabras, Sam reconoció el sonido del auricular colgándose, sucedido de la característica señal auditiva que le indicaba que no había nadie al otro lado de la línea.

        Con una mano de uñas descuidadas, Sam rascaba insistentemente la poblada barba que, desde hacía ya unas semanas, subrayaba su rostro. En su cabeza repasaba una y otra vez cada detalle del caso. Ya casi no recordaba cuanto tiempo llevaba trabajando en él, pero su memoria había hecho un minucioso registro de las actividades realizadas por Hammer desde aquel lejano primer día. Todas actividades comunes y ordinarias. Llevaba mucho tiempo enfrascado en el caso. Su aparente simplicidad le obsesionaba y continuamente elucubraba enrevesadas teorías a raíz del extraño interés de su cliente hacia el anodino señor Hammer. ¿Acaso la rutina del anciano entrañaría algún tipo de código simbólico secreto? ¿O sería el recorrido trazado? ¿Quizá las horas exactas? Desvelar este misterio había dejado de ser un simple trabajo para Sam. Ahora era algo personal, un cometido que, imperiosamente, necesitaba cumplir. Había dejado su vida de lado para dedicarse al caso con exclusividad: Dejó de pasar las noches en el despacho, durmiendo en una esquina próxima a la casa de Hammer. Había descuidado tanto su apariencia física que muchos de los transeúntes lo confundían con un mendigo. Una noche especialmente fría decidió descansar bajo techo, pero al llegar a su despacho descubrió sorprendido que ya no era suyo. Sam, inmerso en la investigación del señor Hammer, olvidó por completo el pago del alquiler del establecimiento, situación que el dueño legítimo del inmueble no tardó en resolver poniéndolo de nuevo en alquiler. Como resultado, Sam se encontraba viviendo en la calle, con las ropas que llevaba encima como única pertenencia y resolver el caso Hammer como objeto inmediato de su existencia. Aunque bueno, también le quedaba Denise.
            -…Sam.
La agotada mirada del detective se alzó y coincidió con aquellos ojos oscuros que parecían no conocer otro registro que la benevolencia.
            -No has probado el café.
Sam bajó la vista hacia la pequeña taza que tenía frente a él y sus ojos, ávidos y curiosos, la escrutaron como si fuese un extraño insecto de exótica anatomía: El intenso color oscuro, la densa textura, la constelación espumosa en la superficie. Sam agarró la taza con ambas manos, se la llevó a los labios y, con delicadeza, saboreó su contenido, sintiendo como su garganta agradecía el calor de la bebida. Sam alzó la vista de nuevo y la mujer pudo observar como aquellos ojos acartonados se humedecían con incipientes lágrimas.
            -…Denise… Al fin sirves un café decente en este antro.
La camarera sonrió ante el comentario.
            -He comprado una cafetera nueva. Estaba harta de oír cómo te quejabas siempre.
Sam respondió con una sonrisa débil pero sincera e inmediatamente se concentró de nuevo en su diminuto café espresso. Denise titubeó unos instantes y, sintiéndose por primera vez en muchos años vulnerable, pronunció las palabras que tantas veces había repetido en la intimidad.
            -…La he comprado por ti Sam. Quiero prepararte el café cada mañana y cada tarde… y siempre que quieras tomar uno quiero ser yo quién te lo prepare…
Sam observaba a Denise mientras seguía sosteniendo su taza como un valioso tesoro.
            -…Lo que quiero decir es que… puedes quedarte aquí, Sam. Deja ese trabajo y quédate conmigo. No puedes seguir viviendo en la calle, vigilando a ese hombre todo el día y toda la noche, agazapado entre escombros mientras él duerme en su casa. Este caso acabará contigo… Sam, ¿Te ocurre algo?
El rostro del detective se había quedado petrificado ante las palabras de Denise. Una idea, fulminante como un relámpago, había atravesado su mente. ¿Cómo no había pensado antes en eso? Las actividades del señor Hammer durante el día eran completamente ordinarias y corrientes. Lo que Sam desconocía por completo era aquello que ocurría por las noches, tras la puerta de su casa. La clave del misterio debía estar, necesariamente, entre las cuatro paredes de ese apartamento. No podía perder ni un instante. Debía entrar en aquella casa. Sam se levantó apresuradamente.
-Tengo que irme Denise. Esto se va acabar esta noche…
Sam se dirigió hacia la puerta con rapidez.
            -¡Sam, espera!
Sam, ya en el umbral de la puerta, dio media vuelta y miró a Denise con una mirada suplicante que nunca más volvería a ver.
            -Volveré Denise. Te lo prometo…
Y diciendo esto salió por la puerta y se sumergió en la noche, tan inmerso en sus cavilaciones que no percibió como, tras él, las luces de la cafetería se apagaban gradualmente y la esbelta figura que hasta ese momento había sido Denise se marchitaba como una flor sedienta. Y mientras la vida se le escapaba, sus rígidos labios lucharon por decir unas últimas palabras: “Cuidado ahí fuera… detective”.

            La atmósfera de aquél apartamento inquietaba a Sam. No tenía nada que ver con la latente amenaza que la frágil quietud de un apartamento puede despertar en un allanador no experimentado. Un detective debe ser inmune a este tipo de sensaciones. Era algo más abstracto que Sam no alcanzaba a dilucidar. Hasta que finalmente identificó la fuente de su pesar: Eran la luz y los colores de la estancia. Extrañamente vívidos, casi tangibles. A Sam le sobrevino la singular idea, descartándola inmediatamente por su irracionalidad, de que nunca había visto una luz y unos colores tan “reales” como los de esa habitación. Por lo demás, el apartamento no mostraba ningún otro aspecto relevante aparte de su parquedad. Un sillón, unos estantes repletos de libros, un escritorio con una vieja máquina de escribir. Sam se fijó en este último elemento: Había una página en el rodillo de la máquina y, aún desde la distancia, se podía ver que estaba mecanografiada. Sigilosamente, Sam se aproximó al artilugio y leyó lo que en aquella página había escrito:
“ Sigilosamente, Sam se aproximó al artilugio y leyó lo que en aquella página había escrito.”
Una punzada de pavor atravesó el estómago de Sam. ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo sabía Hammer de su existencia? ¿Es que acaso el viejo y el cliente le habían tendido una trampa?
            -Ha realizado usted un trabajo excelente Sam…
Aquella voz,  tímida y pesada, como la de un hombre que se tomara su tiempo en escoger las palabras adecuadas. Sam dio media vuelta al reconocer la voz de su cliente y se encontró con la figura frágil y encorvada del señor Hammer.
            -Usted… usted me contrató…
Dijo Sam remarcando lo ya evidente.
            -Así es Sam. Yo soy el cliente y el trabajo… Todo al mismo tiempo.
Sam permaneció en silencio ante la revelación de Hammer. El viejo sonrió frente el mutismo del detective.
            -Es usted muy prudente, una característica necesaria para su profesión, por supuesto, y ahora su mente intenta descifrar el jeroglífico en vez de, sencillamente, formular la pregunta pertinente.
Sam se mantuvo callado, haciendo honor a la prudencia que Hammer había destacado. Así que el viejo continuó.
            -Y la pregunta es: ¿Por qué un hombre contrata a un detective para que le vigile a él mismo?
Hammer miró a Sam con expresión divertida, mientras el detective no se atrevía a pronunciarse. El viejo soltó un ligero suspiro y entonces le contó la verdad.
            -Soy escritor Sam. No un gran escritor, pero me gano la vida escribiendo historias…
Hammer calló un momento. Sam solamente asintió.
            -Por lo tanto, mi vida son las historias. Estoy rodeado de personajes que nacen, evolucionan y mueren. Ellos tienen sus propias vidas, y a fin de cuentas, no son muy diferentes de la mía. Y un día, al levantarme, fue cuando me sobrevino la pregunta… ¿Y si mi vida no era más que otra historia?... ¿Y si yo fuera un personaje más?...
Hammer observó a Sam, el cuál mostraba su desconcierto sin pretenderlo.
            -Como usted sabrá, un personaje de ficción evoluciona a lo largo de la historia siempre en busca de cumplir un objetivo…
Sam reaccionó ante la palabra, resultándole incomprensiblemente extraña y familiar al mismo tiempo.
            -Su investigación, mi buen amigo, aclara mi dilema convenientemente. Su aburrido informe sobre mis actividades ratifica que no poseo ningún objetivo. Mis días son una anodina sucesión de actos cotidianos que demuestran que yo solamente… “soy”.
Hammer miró fijamente a los ojos de Sam, turbándose durante un instante por su carencia de humanidad, como los ojos de un pescado muerto que le observaran a través de una bolsa de plástico.
            -Entonces… yo…
Hammer apartó la vista.
            -…Lo has perdido todo para llegar hasta aquí, Sam: Tu despacho, tu vida… a Denise…
A Hammer le pareció ver como una lágrima brotaba de uno de los ojos de Sam, pero al no cambiar su expresión lo más mínimo supuso haberlo imaginado.
            -Lo has dejado todo para alcanzar tu objetivo. Ahora ya no queda nada más.
Sam asintió, comprendiendo.
            -¿Quieres decir algo antes de que acabe?
Teniendo en cuenta la persona frente a la que se encontraba, Sam quería decir muchas cosas. Sobre todo quería preguntar muchas cosas. Estaba repleto de dudas y de miedos. ¿Cuál era el sentido de todo aquello? ¿Por qué esto le había ocurrido a él? ¿Qué iba a pasar una vez todo acabara? Sam ordenó sus pensamientos, abrió la boca y después dijo:
            -No.