martes, 27 de diciembre de 2011

EL TOPO, de Tomas Alfredson

LAS PIEZAS DEL ROMPECABEZAS


Ubicada en el habitualmente cómodo marco del cine de espionaje, El topo desecha las convenciones formales del género contemporáneo asentadas por títulos como la conservadora Juego de espías, la decepcionante El jardinero fiel o la irregular saga Bourne. Aquí, la planificación rebuscada o el ritmo trepidante son sustituidos por la sobriedad formal, una expresión interpretativa gélidamente contenida y una narración reflexiva y precisa, elementos por otra parte ya identificables en el anterior trabajo de su director Tomas Alfredson, la internacionalmente aclamada Déjame entrar, que también reformuló con maestría los cánones de un género, esta vez el vampírico, en pleno apogeo Crepúsculo.

De nuevo, la elección discursiva de Alfredson resulta idónea para la historia, no sólo porque esa distancia respetuosa que el sueco tiene con la obra (propia del carácter norteño) se ajusta perfectamente a la flema británica que destila la historia, sino porque tanto la narración esquiva, la asepsia estética y el hieratismo de los personajes se confabulan para crear una voz caracterizada por la omisión, por un mutismo que refuerza la complejidad de una historia articulada por los secretos y mentiras de sus protagonistas.

Reforzando esta sensación de confusión e incertidumbre, el tiempo de la historia se fragmenta en constantes flashbacks, instantes que “fingen” ser flashbacks (los protagonizados por el agente Jim Prideaux, interpretado por Mark Strong) o revisiones de un mismo suceso (la fallida operación en Hungría) que, al contemplarse con mayor amplitud, aportan nueva información o desmienten la existente. Pero siempre, mientras observamos alguno de los abundantes primeros planos del imperturbable George Smiley (Oldman) intentando resolver el puzzle, tenemos la impresión de que las claves nunca están a la vista, como si se filtrasen por esas fisuras que deja el relato en su viaje de ida y vuelta al pasado.

Y es que finalmente, Alfredson nos brinda las claves en las piezas que aparentaban insignificantes para la trama: una cena navideña que comparten los integrantes del MI6. Un mosaico en el que, a través de poco más que gestos y miradas (con un porte estilizado que recuerda a Mad men), se desvela la maraña de sentimientos que entrelaza a esas personas y que acabará por traicionarles, porque en el mundo que viven, nadie puede permitirse albergar sentimientos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

CUANDO LA CIUDAD DUERME

  -->Ya caída la noche, las calles de la ciudad están vacías. Los escaparates de los comercios muestran sus rutilantes productos, que sumergidos en una oscuridad inerte parecen la sombra de una promesa de felicidad inalcanzable.
Solitarios dispositivos de limpieza riegan con indiferencia el asfalto, cuya superficie mojada refleja la luz dorada de los faroles, bañando las calles de oro. Poseído por un febril delirio, un pintor borracho maldice al cielo por burlarse de su mediocridad.

Silencio. La ciudad duerme.

Bajo tierra, el metro atraviesa los oscuros túneles que alimentan la mente de ese gran Leviatán dormido: El infinito subconsciente de la ciudad.
Transeúntes, noctámbulos y corazones perdidos son zarandeados al unísono, siguiendo el monótono repiqueteo que genera el avance frenético de los vagones.
Miradas vacías, agrietadas por el exceso de tiempo y la escasez de pasiones.

La ciudad se remueve, intranquila.

Mientras el metro sigue su viaje, un hombre, asiendo con fuerza una botella como fiel compañera, alza la vista del suelo y rompe a reír repentinamente. Ríe de un chiste ya olvidado y sin ninguna gracia, pero llora irremediablemente hasta que le duele la mandíbula.
Una chica pelirroja duerme sobre el regazo de un viejo amigo. Él no puede dejar de mirar sus labios, que inconscientemente murmuran el nombre de un amor secreto.
Y en una esquina del vagón, encogido y tembloroso, un viejo vagabundo intenta conciliar el sueño antes de que la noche acabe. En su cabeza tararea una canción que inventó hace tiempo, siendo sólo un niño. Y es la canción más bonita del mundo.

Silencio. La ciudad sueña.