martes, 10 de abril de 2012

SHAME, de Steve McQueen

NAUSEA Y VERGÜENZA


En los primeros minutos de Shame, vemos a Brandon (insuperable Michael Fassbender) conducido por la fría rutina que le impone su insaciable apetito. Tras continuas veladas de sexo despersonalizado, el protagonista camina desnudo por un piso aséptico y de tonos desvaídos, escrutado por una cámara cuya indiferencia e impudicia nos resulta incómoda. La película está repleta de estos planos, en los que el protagonista deambula por la pantalla sin posibilidad de esconderse, ante un ojo que no le permite concesiones. Es el desolador retrato de la perpetua insatisfacción del adicto (en este caso, sexual), convertida en manos de Steve McQueen en una nueva forma de vacío existencial acorde a los parámetros de un nuevo siglo. La Nausea de Sartre se convierte en La vergüenza de McQueen. 

No con gratuidad, Shame ha sido comparada con Taxi driver. Paul Schrader ya confesó que había revisitado El extranjero de Camus y La Nausea de Sartre para escribir el libreto. Los protagonistas de ambas películas son engullidos por una urbe voraz y alienadora. Moles de asfalto que lapidan la existencia del individuo. Si el Nueva York por el que erraba Travis Bickle era un infierno suburbano dantesco, Brandon vive aislado en los reductos de una metrópolis envasada al vacío por columnas de cristal y plástico. Un mundo en el que, como reza la canción de The Talking Heads, “mientras las cosas se caían a pedazos, nadie prestaba mucha atención”. 

Pues, tanto Brandon como su hermana Sissy (Carey Mulligan) son productos antitéticos del mismo entorno, un ambiente familiar que nunca sale a relucir (la única pista que tenemos es Sissy diciéndole a su hermano “No somos malas personas, sólo venimos de un mal lugar”) y que nos invita a tomarlo como un lugar común: un entorno (y una sociedad) en el que las emociones se han visto socavadas por la incomunicación. Mientras Brandon se aísla y se muestra incapaz de tratar con cualquier tipo de relación (sus relaciones sexuales o masturbatorias son puramente mecánicas), su hermana se alimenta de ellas, con una dependencia igual de destructiva que la del protagonista. 

Sin embargo, al contrario que las criaturas existencialistas del siglo XX (incluyendo al monstruo amoral creado por Bret Easton Ellis en American Psycho, obra con muchos puntos en común con Shame), McQueen cree en la redención de sus personajes. Pues Brandon es un personaje atormentado que sufre la vergüenza del título. Quiere cambiar y el único cambio posible pasa por la reconciliación con el amor, esta vez encontrado en la catarsis de la tragedia. Pero el director no peca de ingenuo y finalmente nos demuestra que la redención sólo depende del propio personaje. Sólo depende de nosotros mismos.

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