domingo, 22 de julio de 2012

EL CABALLERO OSCURO: LA LEYENDA RENACE, de Christopher Nolan

¿EL FINAL QUE MERECEMOS?

Cada cierto tiempo, aparece un relato que cala con tal profundidad en ciertos sectores de la sociedad que el desarrollo de los mismos y, sobre todo, su culminación, trascienden el mero entretenimiento para convertirse en auténticos fenómenos mediáticos y, con suerte, en piezas clave de la cultura popular. Recientemente hemos vivido casos como el de la saga infantil Harry Potter, el controvertidísimo desenlace de la serie Perdidos o la conclusión de la saga del Caballero Oscuro reformulada por el cineasta, venerado a la par que vilipendiado, Christopher Nolan. Y en estos títulos, sin ser El Caballero Oscuro: La leyenda renace una excepción, las expectativas que les rodean son tan desproporcionadas que, indiferentemente de la estrategia que se tome, es prácticamente imposible alcanzar la excelencia que de ellas se espera. Y la estrategia escogida por El Caballero Oscuro… parece haber sido la búsqueda del culmen por medio de la acumulación.

A sabiendas que la película ya tenía el éxito en taquilla asegurado, cabe decir que la última entrega del justiciero de Gotham vence pero no convence. Conclusión que, a priori, resulta desconcertante, pues la película sigue gozando de un inmejorable plantel de actores (con adhesiones igualmente talentosas), el mismo héroe de aire trágico, un villano (en principio) fascinante y, ante todo, el savoir faire de Nolan, director cómodamente asentado en la industria que, aunque su trilogía sobre Batman respire un aire más conservador que el resto de su filmografía, es sin duda un autor de innegable talento. Y, como era de esperar El Caballero Oscuro…es la más grande y ambiciosa de las tres películas, aunque por ello mismo, acaba siendo también la más débil.

 El mimo a los personajes y el marcado tono neo-noir de los anteriores títulos (tributo incluido al Heat de Michael Mann en el excelente prólogo de la cinta anterior), son sustituidos por una narrativa más torpe y un espectáculo a mayor escala pero también menos atractivo (observando la trilogía en perspectiva, comprobamos que el sobrio estilo de Nolan brilla al sumergirse en las entrañas de esa nueva Metrópolis que es Gotham y pierde fuerza al salir de ella, ya sea para rodar en parajes exóticos o en una ciudad convertida en un apocalíptico campo de batalla). Y ante todo, el film se resiente por una saturación de personajes cuyo aglutinamiento frustra cualquier posibilidad de conocer en profundidad a los nuevos fichajes y mucho menos interesarnos por ellos (véase Selina Kyle/Catwoman, el inspector Blake y, escandalosamente, Miranda Tate, personaje de insulsez imperdonable en relación a su papel final en la trama) y relega a los veteranos a la mera funcionalidad o incluso el olvido (El binomio Gordon-Fox y Alfred, respectivamente).

Por todo ello queda la sensación de que El Caballero Oscuro…es un cierre insatisfactorio, una culminación endeble de la mitología creada por Nolan para el héroe de DC. Y no porque no concluya con todos los frentes abiertos (de hecho lo hace con esmero, siendo ésta la película que más se alimenta de las anteriores en forma de constantes flashbacks a modo de recordatorio) o porque no sea fiel al macrorrelato visto en los cómics (aunque reinterpretado con libertad, todo suena a las páginas de Batman, incluido el anhelado “Bane rompiendo al murciélago”), sino porque hasta ahora, el mito se había construido a través del drama: la pérdida, el nacimiento del héroe, el advenimiento de su Némesis, etc. Y este final queda desdibujado, asfixiado entre demasiados elementos que no le dejan adquirir la integridad necesaria, resultando en un clímax que peca en los vicios de aquellas otras películas de superhéroes de las que, a lo largo de siete años, había conseguido alejarse.

Recuerdo salir de la sala de cine con cierta tristeza, sabiendo que la película no había cumplido mis expectativas. Pero ahora creo que, en el fondo, lo que más lamento es que todo haya terminado. Porque, es cierto, la película tiene algunas pegas… pero, ¡qué diantres! Han sido siete años realmente buenos.

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