LA DIFÍCIL TAREA DE ENCONTRAR EL EQUILIBRIO
Probablemente sea el estudio británico Aardman Animation el que ostente un nada desdeñable segundo puesto
(a la zaga de Pixar, la otra gallina
de los huevos de oro que fundara el malogrado gurú del high-tech, Steve Jobs) en lo referente a la confección de divertimentos
“familiares” que, realmente, puedan divertir a toda la familia. Y es que, tanto
los creadores del tándem formado por Wallace
& Gromit como el estudio responsable de Toy Story, consiguieron revitalizar un género que ya comenzaba a
anquilosarse (tras la descafeinada Pocahontas,
el estreno anual de la nueva película de animación de Disney pasó de anhelado
evento a mera sucesión de decepciones), así como asentar la reconfortante idea
(por otra parte, ya más que asimilada por el mercado oriental) de que el cine
de animación “para todos los públicos” no estaba reñido con el cine de calidad.
En estas películas suelen identificarse, cuando menos, dos
elementos que trabajan juntos para conseguir este ansiado equilibrio: una
comicidad que renueva los cánones humorísticos tradicionales (desde el slapstick hasta la comedia de enredo) y
la capital importancia de la historia en su sentido más clásico, como preciso
engranaje de efectos dramáticos que muevan al espectador a empatizar con los
personajes y emocionarse. En el primer aspecto, ¡Piratas! no sólo hace alarde de un dominio impecable (véase la
presentación de los contendientes al galardón de “Pirata del año” y su
rocambolesco “más difícil todavía”), sino que opta por transgredir las
convenciones del entretenimiento familiar, aproximándose a una cierta comedia
del absurdo (en ocasiones deudora del imaginario Monty Python) y recurriendo a personajes tan difícilmente parodiables,
dentro de los límites del buen gusto, como la Reina Victoria, Charles Darwin, Jane
Austen o John Merrick, más comúnmente conocido como “El hombre elefante”
(víctima, todo sea dicho, de uno de los mejores gags de toda la película).
Sin embargo, es en aquel segundo aspecto, es decir, en la
cualidad estrictamente dramática de la historia, donde ¡Piratas! se muestra más endeble. Una vez se nos ha presentado la
cuadrilla protagonista, formada por el Pirata Capitán, el Pirata con gota, el
Pirata albino o el Pirata “sorprendentemente curvilíneo”, resulta irremediable
sentir simpatía por tal pintoresca pandilla de rufianes. Pero, a lo largo del
film, los innominados corsarios se descubren como personajes planos, sin
aristas y presos de su condición estereotipada. Esto puede comprenderse en
personajes secundarios con la única función de servir como herramienta humorística,
pero cuando todos los personajes, además de sus relaciones, adolecen de esta
unidimensionalidad (nótese la insípida relación entre el Pirata Capitán y su
segundo, el Pirata con bufanda) se acaba componiendo un relato hilarante,
pero también de una enojosa superficialidad. Y subrayo el término enojosa,
porque servidor hubiese deseado que esta película, tan recomendable en algunos
aspectos, hubiese encontrado el equilibrio que requería esta pieza. Pero soy
consciente que esto no es más que una ínfima mácula en el currículum de un
estudio que aún tiene mucho que ofrecernos.
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