LA OTRA AMÉRICA
Si las películas son textos que, como si se tratasen de síntomas,
son consecuencia de la “salubridad” de una sociedad y nos ayudan a
comprenderla, el film noir
norteamericano fue una respuesta cultural a un malestar social. Paralelamente
al desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en el Viejo Continente, que no
dejaba de ser una abstracción (no desprovista de amenaza) para el ciudadano
medio, la cultura del bienestar norteamericana también se veía amenazada por elementos
endémicos: la violencia suburbial y la emergencia de una “sociedad criminal”,
ajena a estatutos morales establecidos. Un colectivo diferente, impredecible y
(consecuencia de las anteriores) temible. Estaban asistiendo a la emergencia de
“La otra América”.
Mátalos suavemente se
desarrolla en plena contienda electoral entre el presidente George W. Bush y el
candidato demócrata Barack Obama. Constantemente, a través de radios,
televisores o pancartas electorales, los discursos de ambos representantes se
infiltran en el relato, sirviendo de mantra sonoro a una historia definida por
los no-places norteamericanos:
vertederos, barrios deprimidos, cantinas polvorientas, etc. Es la periferia de
cualquier ciudad americana. Aquí, la Polis, la capital generadora y beneficiaria
de programas y medidas políticas sólo existe como quimera, como ilusión holográfica
tan vacua e inconsistente como el discurso que enarbola. En Mátalos suavemente, ésa es “La otra América”.
Ya ha sido trazado, y no gratuitamente, un nexo de unión
entre Mátalos suavemente y El asesinato de Jesse James por el cobarde
Robert Ford, la anterior película del neozelandés Andrew Dominik. Para
empezar, ambos son reformulaciones posmodernas de géneros tan eminentemente
norteamericanos como el film noir y
el western, tradiciones fílmicas que
han ilustrado (sintomáticamente) la historia de su país como una arquitectura sustentada
en su fascinación por la violencia. Fueron hombres como Jesse James los que
construyeron EE.UU, un territorio convulso e ignoto. Dominik, como extranjero y
espectador, es consciente y retrata a James como un alma desgarrada, oscilante
entre un homicida paranoico y un visionario atormentado. Último outsider que, tras ser asesinado, la
fotografía de su cadáver se convirtió en una de las postales más vendidas en
todos los EE.UU.
Si El asesinato de
Jesse... es un western elegiático
y funestamente melancólico, Mátalos
suavemente es un neo-noir áspero
y nihilista, poblado de personajes amorales cuya única motivación reside en el
dinero: Desde Cogan, el expeditivo hitman
interpretado con estoicismo por Brad Pitt, pasando por la pareja de yonkis que atraca a la gente equivocada,
hasta el “cerebro” del chapucero golpe (Vincent Curatola) muestran una moral
utilitarista y se relacionan sólo con fines comerciales o ilegítimos. Resulta
revelador el personaje de Mickey (James Gandolfini), el único de toda la película
que saca a relucir problemas personales (ahogándolos en litros de alcohol) y que es
inmediatamente dejado de lado por el impertérrito Cogan.
Antes hemos dicho que en Mátalos
suavemente, la Polis americana sólo se entreveía a través de las campañas
electorales de los candidatos a la presidencia. Esto no es del todo cierto. Hay
otro personaje (del que nunca escuchamos el nombre) que representa
indirectamente esa “Otra América” de la que hablábamos anteriormente: es el personaje que
interpreta Richard Jenkins, mediador entre Cogan y los verdaderos dirigentes del negocio. Una cúpula directiva que nunca vemos y que, sospechamos, se reúne
en alguna espaciosa sala rodeada de ventanas e inmersa en los entresijos de alguna empresa millonaria. Cómo
sentencia el personaje interpretado por Pitt “América no es país, es un jodido negocio”, y ésta
es la evolución natural de aquella América, ignota y convulsa: una nación forjada
por profetas del Smith & Wesson que al morir se convierten en imágenes-reclamo para turistas. Un símbolo exánime que, como cualquier otra cosa, está a la venta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario